Después de dos semanas de picores, por fin he logrado desenmascarar al enemigo. Son legión. La hormiga roja es pequeña pero mordaz. Hace unos días me atacó nuevamente, decorándome la entrepierna con ronchas e hinchazones. Descubrí una civilización entera en mi cuarto de baño, con autopistas dirigidas a la repisa de mi ventana, a mi armario y a mi colchón...
Afortunadamente, tropas alemanas acudieron rápidamente a mi grito de alarma. Nora ya es experta en gasear hormigas y todo animal que se desplace con seis o más patas. Holocausto hormiguil. Otra batalla ganada, pero la paz en los trópicos es sólo una efímera tregua.
Ahora nos enfrentamos a un nuevo enemigo, mucho mál difícil de controlar que el anterior. El monzón volvió a empezar hace dos semanas. Llueve intensamente durante la mayor parte del día y de la noche. La humedad ambiental, que normalmente oscila entre el 70 y 80% en estas latitudes, ayer alcanzó el 94%.
Fue Nora la primera en darse cuenta de lo que se nos venía encima. Un velo blanco y aterciopelado había envuelto su collar de madera. Moho. Intentamos salvar la gargantilla, pero en vano. Las esporas se reproducen a una velocidad vertiginosa y apenas las limpias, reaparecen.
El moho ha empezado a extenderse por nuestras preciosas persianas de bambú, instaladas hace tan sólo una semana. También se está comiendo nuestra ropa. Observamos su formación hasta en la superficie de muebles barnizados. Incluso encontré motas blancas y velludas en mi equipo electrónico - mi memoria externa está empezando a germinar, pronto podré disfrutar de un improvisado jardín vertical sobre mi escritorio...
A parte de los ardores, picazones y aire insalubre, todo bien. Por supuesto, la lluvia no contribuye al progreso de las obras. Las paredes, desgraciadamente, no se reproducen por esporas. Eso sí, llevamos dos semanas sin festejos - claro que eso se solucionó ayer con la convocatoria de otra huelga general de transportes. Así que todos en casa, felices y a buen cobijo, disfrutando del espíritu dominical entre semana...
Pese a todos mis males, aún me maravillo de la belleza que me rodea. A través de mis enmohecidas persianas, contemplo un escenario verde de cocoteros. Vacas y cabras se deleitan con un banquete de hierba húmeda. Gotas de lluvia plácidamente salpican la superficie plateada del lago. Suspiro desconsolada.
Desconfiad de la publicidad engañosa: quien nos vendió una imagen bananera del paraíso, nunca vivió en los trópicos...