sábado, 31 de diciembre de 2011

Promesas, promesas...

En mi último post prometí que NO volvería a escribir hasta el 2012, pensando que por lo menos esta vez me iba a resultar muy fácil marcarme un punto. Pues va a resultar que ni por esas: aquí me tenéis, de nuevo, rompiendo promesas. Aunque para promesas incumplidas, las mías son de chiste. Otras hacen más daño: os cuento.

Todo nos iba la mar de bien. Mi madre llegó bien, con retraso, pero bien. Pasamos unos días maravillosos en Bangalore, trabajando en equipo para ultimar los preparativos del gran día anual de mi colegio, descubriendo la ciudad, yéndonos de compras... El 19 cogimos el tren para Trivandrum, que salió puntual y solo llegó con una hora de retraso. Nuestra estancia en Kovalam estuvo bien y en Varkala, todavía mejor. Y no es que todo fuese perfecto, ni mucho menos, pero todo nos hacía gracia. La falta de profesionalidad, rutinaria en todas las facetas de la vida en este país, te lleva a situaciones improvisadas que a nosotras nos resultaban simpáticas, cuando no hilarantes. 

Ayer nos despedimos de Varkala y de los amigos que allí hicimos, con mucho pesar, porque la semanita de piscina y playa se nos había pasado volando y nos hubiese encantado prolongar nuestra estancia aunque solo fuese por una noche más. Pero esa opción no exsistía, porque queriendo evitar malas experiencias, yo tenía hechas todas las reservas del viaje: así que nos vinimos a Alleppey (Alappuzha), a pasar dos noches en una pensión antes de embarcarnos en un kettuvalam, que es como se llaman originalmente las embarcaciones tradicionales de Kerala (en inglés, houseboat o casa-barco).

Este crucero era mi regalo de navidad para mi madre y para Amjad. Recorrer los remansos (backwaters) de la costa Malabar, al ritmo tranquilo del kettuvalam, es la atracción principal de Kerala y me atrevo a decir que la única de Alleppey (que aunque lleva el apodo de la "pequeña Venecia" del sur de la India, no tiene ni remotamente la milésima parte de encanto que la Venecia original). Decidí no mirar gasto y que, puesto que este iba a ser el punto álgido de nuestro tour, teníamos que hacerlo por todo lo alto: en la mejor embarcación, con intimidad y con todo el día y toda la noche por delante. Como lo bueno tiene mucha demanda y más para estas fechas, contraté el barco a principios de octubre. Yo quería reservar la noche del 31 de diciembre, pero ya se me habían adelantado otros: me propusieron la del 1 de enero, que me pareció una fecha igualmente propicia. Dicen que así como pasas el uno de enero, así te va a ir el resto del año, por lo que pensé: ¿qué mejor que pasarlo en la compañía que más quiero, rodeada de exquisitez y en un auténtico remanso de paz?
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No me lo pensé dos veces. Reservé de inmediato y fui al banco a ingresar la totalidad del precio, que era de 11400 rupias (y digo era, porque ahora sería más), puesto que el pago íntegro por adelantado era condición sine quanum para poder consolidar la reserva. Pagar un depósito del 50 por ciento me hubiese resultado más razonable, pero como manda la ley de la oferta y la demanda, que para esto es feroz, decidí pagar sin rechistar. Eso sí, antes de hacer el ingreso, hablé con el dueño del barco (que lo es también de la pensión) para aclarar todas mis dudas: le pregunté si el barco quedaría reservado para nosotros tres solos (a lo que me contestó que por supuesto) y le pedí que me mandase fotos del mismo. Me envió el enlace de su blog, donde tenía subido un vídeo. Entre el vídeo que prometía mucho y las buenas referencias de las que gozaba su negocio (recomendado por el Lonelyplanet y el Rough Guide, entre otras guías de prestigio), me confié de inmediato. Craso error.

Durante las dos horas de viaje, iba consolándome por dejar atrás Varkala pensando que el irnos era un mal menor para algo mucho mejor. Nada más salir el tren, llamé a la pensión (vamos a ponerle ya nombre al tipo que no tiene nombre) del señor Johnson Gilbert, para avisarle de que ya estábamos de camino y preguntarle si vendría a recogernos a la estación. Al llegar a Alleppey, lo volví a llamar y a los cinco minutos nos venía a buscar un rickshaw. La pensión (Johnson´s Guesthouse) estaba bastante cerca, por lo que llegamos en un periquete. Durante el trayecto iba imaginándomela, con sus amplias habitaciones, con sus gigantescos balcones (que según la Lonely del 2007, el dueño tenía intención de mejorar con la extravagante adición de bañeras: sobra decir que sus intenciones van para largo), con su maravilloso jardín en el que se sirven fantásticas barbacoas, con su familiar y acogedora bienvenida... Vamos que antes de llegar al sitio, ya me estaba imaginando lo mucho que nos iba a costar arrancarnos de él dentro de un par de días. JA.

Llegamos y nos recibe un señor Gilbert en gayumbos que no se acuerda muy bien de mí, ni de lo que habíamos convenido por teléfono hacía tres meses. La primera noticia es que me dice que no tenemos habitación gratis (se me olvidó mencionar que su oferta incluía una noche gratis en su pensión para aquellos clientes que hubiesen reservado el crucero de lujo). Le recuerdo que me prometió la habitación por un valor de 750 rupias, a lo que me contesta que eso es cuando el barco no es compartido, porque no puede ir dando alojamiento gratis a todos los que se sumen al crucero.

La segunda noticia es que el barco es compartido. Le recuerdo que le pregunté expresamente si el barco iba a ser para nosotros solos, a lo que me había contestado (¿recordáis?) que "por supuesto". Por supuesto, él no lo recuerda. De hecho, no recuerda absolutamente nada de nada y eso que hablamos por teléfono como cuatro veces e intercambiamos unos cuantos mensajes de móvil.

La tercera noticia es que por no recordar, no recuerda ni que le pagué al contado ni cuánto me pidió que le pagara. Le recuerdo que fueron 11400 rupias, lo que le sorprende porque no le cuadran las cuentas (y aún va y me dice, que igual me pidió esa cantidad tan rara porque en ese momento necesitaba ese dinero para algo). Va a buscar su libreta y comprueba que, efectivamente, el 7 de octubre le llegó un ingreso de 11400. Así que se disculpa, dice que ha cometido un error, que se olvidó de mi reserva, pero me acusa de no haberle mandado un email para recordárselo (¿cómo? ¿que esto al final va a ser culpa mía?). Bueno, ahora que el mal ya está hecho, concluye que lo que hay que hacer es llegar a una solución. 

Como primera solución, se le ocurre devolverme el dinero y adiós muy buenas: que me busque la vida (esta solución es la que más le conviene obviamente, porque después de hacer yo mi reserva el subió sus tarifas y ahora mismo tiene un montón de potenciales clientes haciendo cola para subirse a su barco). Le digo educadamente dónde pienso yo que debería meterse su solución, puesto que si  pagué el crucero en el mes de octubre fue precisamente para evitarme una situación en la que me pasara días dando vueltas por Alleppey con mi madre, en busca de plazas milagrosas con recargo de última hora. 

Así que como segunda solución, me dice que tenemos que cambiar nuestras fechas. Le digo que eso es imposible, porque ya tenemos hechas todas las reservas y que la noche del 2 de enero la pasamos en Munnar. Le hago notar que mi primera reserva fue precisamente la de su crucero y que todo lo demás, lo hice encajar entorno al mismo. Además, siendo que nosotros éramos los primeros en reservar el barco, me parecía más lógico que los que cambiasen de fecha fuesen los que se sumaron después. Me dice que son una madre con su hija (Rasheeda) y que llegan el mismo día uno con la sola intención de hacer el crucero y con el tiempo justo, por lo que sabe de antemano que no podrán cambiar su fecha. Le digo que les pregunte de todos modos. Me dice que no tiene su número de teléfono. Le digo que les mande un email. Me dice que ahora mismo estarán metidas en un avión (porque vienen del Reino Unido o de los Estados Unidos, que para el caso de eso tampoco se acuerda). 

La tercera solución es que me conforme y que comparta el barco con Rasheeda y su madre y amén. Además, añade que salgo ganando porque de este modo se comparte el gasto entre cinco. Le digo (siempre con buenos modales) que a mí eso me la suda, que yo pagué por hacer un crucero privado e íntimo con mi madre y mi pareja, y que él no me está proporcionando lo prometido, por lo que se me debe cuanto menos una compensación.

Amjad, al que las incompetencias indias le hacen mucha menos gracia que a mi madre y a mí (aunque en este caso, ninguna de las dos estuviésemos de humor para sacarle punta al asunto), se mete en la conversación para añadirle aún más cizaña al fuego: le acusa de ser un estafador y de que no ha habido por su parte ni error ni olvido, sino mala fe desde el principio. A esto, el tío se ofende y le contesta a grito pelao que como siga por ese camino, me devuelve el dinero y nos pone de patitas a la calle (esto último, textual). Que así se quita de encima nuestro problema y colorín, colorado, este cuento se ha acabado. O sea, que todavía nos está haciendo él un favor al tratar de ponerle solución a su error. A todo esto, mi madre flipando con el tono y escuchando nuestra acalorada charla en inglés sin subtítulos.

Bueno, resumiendo la situación: al final llegamos a la solución que él quería, la tercera. Eso sí, consigo resolver el misterio de las 11400 rupias: porque yo recordaba que esa era la cifra exacta y que correspondía perfectamente a su tarifa. Lo que pasó (y tuve que explicárselo yo a él) es que ahora cobra 9000 rupias por el barco (más el 20% de recargo por temporada alta), más 1250 rupias (más el 20%) por cada pasajero adicional. Sin embargo, en octubre, cuando yo reservé, todavía no había subido su tarifa, por lo que el precio que me calculó fue de 8500 rupias por el barco (que con el 20%  suben a 10200), más un pasajero adicional a 1000 rupias (o sea, 1200): y así, sí que salen las cuentas. Puesto que ahora teníamos que compartir con otros pasajeros, lo lógico es que no me calculara el prorrateo basado en la tarifa nueva (la que les ha cobrado a los otros) sino en la mía. Así que al final en eso quedamos, más la noche gratis que me había prometido por teléfono. 

Mañana saldremos de cuentas y veremos cómo cumple. Espero que el barco esté bien, que si es el del vídeo lo será. Como estoy escaldada, yo ya no me fío de nada. 

A todo esto, desde que me puse a escribir este post (que llevo en ello más de dos horas), no ha parado de llover. Se supone que esta es la temporada seca, pero está visto que en este país no existen garantías... ¡A tocar madera!


sábado, 10 de diciembre de 2011

¡A cien!

¿Qué digo a cien? Ahora mismo estoy carburando a doscientos por hora como poco: parece imposible, pero no lo es. Incluso a las profesoras de ELE en colegios internacionales pijos de la India, algún día nos toca poner las carnes sobre el asador. Por lo que a mí respecta, ese día llega puntualmente todos los años a mediados de diciembre. El próximo sábado (¡Dios, ya solo queda una semana!) mi colegio se vestirá de gala y punto en blanco para celebrar su "Annual Day" que, por si el nombre no os lo hubiese dejado bien claro, es el día más pomposo de todo el año. 

Prepararse para tan magno evento supone darlo todo, sabiendo que todo es poco. Este es el espíritu con el que llevo toda la semana (y parte de la pasada) acostándome a las dos de la mañana y despertándome a las seis y veinte, saltándome los horarios de las comidas e ignorando mis doloridas lumbares. En mis ratos libres, diseño, descargo, imprimo, recorto, pego, pinto, coloreo. En clase, intento poner orden y concierto dentro del caos y griterío que siempre generan las actividades creativas entre mis alumnos más jóvenes. 

A todo esto, se me juntan: la preparación de las clases (aunque a estas alturas, alguna que otra ya he tenido que improvisar con mayor o menor acierto), la corrección de exámenes y deberes (que siempre se entregan con retraso y como en Fuenteovejuna, todos a una), la casa que se me cae encima y que toca poner mona porque pronto (­¡Dios, cuatro días!) recibirá una visita muy, muy, pero que muy importante (¡mamá!) y una agenda social con la que no contaba el año pasado y de la que no me quejo, ojo. 

Hace dos semanas tuvimos paella en casa de Ignaci (en la que, por cierto, conocí a cuatro españoles más y aprendí que nuestra pequeña comunidad hispana en Bangalore debe de oscilar los cincuenta: qué bien, ¡todo un mundo de posibilidades por explorar!), la semana pasada invité a mis Anas a cenar y dormir en casa (esto habrá que repetirlo cuando ya ande más tranquila) y mañana quedamos toda la peña para cenar, aprovechando que este fin de semana ha vuelto a Bangalore el mercadillo de la Fundación Vicente Ferrer. 

Y con tanto trajín, aún voy y me pongo a escribir en el blog. Esto viene a demostrar la certeza irrefutable de mi teoría: que no hay como estar ocupado para ser productivo. Y vice-versa: cuanto menos tienes que hacer, menos haces, porque en toda la semana de vacaciones que tuve a mediados de noviembre (sí, sí, apenas dos semanas después del mes de vacaciones de Diwali), no fui capaz de subir ni un solo post. Siguen pendientes mis retrospectivos relatos sobre Sri Lanka: y ahora sí, puedo prometer y prometo que NO se escribirán hasta el año que viene (como pronto).

Foto retrospectiva: Annual Day 2010, con mi alumno Aman.