domingo, 17 de junio de 2012

Pasando por el aro de la mafia ferrera

Ya hace un buen rato que no escribo y no por falta de noticias. Lo que al final acaba sacándome de mi silencio es como siempre, la rabia. Este blog se está convirtiendo en un espacio de desahogo, donde puedo dar rienda suelta a mis ansias de vapuleo y diatriba.

Como todos los años, vuelvo a pasar por el yugo de inmigración. Mi visado caduca el 22 de junio, por lo que este viernes he acudido con todos mis papeles al infame FRRO (entre amigas, el Ferrero). Y como todos los años, siempre tiene que haber alguna complicación.

En esta ocasión, el departamento de inmigración ha modernizado sus mecanismos de tortura. Desde el lunes, se ha hecho obligatorio conseguir cita previa por Internet. La idea no parece descabellada, hasta que uno entra en la página web del Ferrero y se enfrenta a un formulario poco menos que diabólico.

Aparte de lo idiotas que puedan resultar sus preguntas (por poner un ejemplo, te preguntan por tu lugar de nacimiento, por tu ciudad de nacimiento y por tu país de nacimiento, lo que te lleva a preguntarte que qué entenderán ellos por lugar de nacimiento), lo realmente frustrante del proceso es que no se puede completar. 

Lo intenté desde la sala de ordenadores del colegio y no hubo manera: el infernal formulario me exigía que eligiera una ciudad de un menú desplegable, en el que no aparecía ciudad alguna. Dado que el dato era obligatorio, la página no me consentía continuar mi registro. 

Se lo comenté al jefe de administración del colegio, quien se encarga de tramitar los visados para los estudiantes extranjeros, y me dijo que no me preocupara, que como el sistema era nuevo debía de tener muchos fallos y que fuera al Ferrero tranquila, que allí ya me ayudarían. Para animarme, me imprimió la lista de documentos necesarios de la mismísima página oficial del departamento de inmigración y antes de irme a casa, me cercioré de tenerlos todos.

Al día siguiente, me presenté de buena mañana en el Ferrero para explicar mis apuros. El funcionario me escuchó con una mezcla de escepticismo y desinterés, para luego decirme que sin registro no podía conseguir cita y que volviese a intentarlo en el cíber de la esquina. El cíber en cuestión consistía en un cuchitril más pequeño que mi dormitorio, con seis ordenadores que echaban humo y un hacinamiento humano comparable al de un campo en Auschwitz.

Se me ocurrió una idea genial para ganar tiempo: llamar a Amjad para rellenar el formulario con el ordenador de casa. Además, el funcionario me había dado un listado con los documentos necesarios (que por supuesto, no coincidía para nada con el de la web oficial) y me faltaba uno, por lo que Amjad tendría que hacer un viaje para traérmelo de todos modos (menos mal que se me había ocurrido decirle que no me acompañara). 

Bueno, después de dictarle todos los datos del formulario por teléfono y a grito pelao (la India es un país ruidoso y la oficina del Ferrero no hace excepción a la regla) y darle a enviar, la web nos devolvió a la página inicial sin explicarnos el porqué. Fui a pedir auxilio y me dijeron que lo más seguro es que o bien se me había pasado por alto algún dato obligatorio, o bien había metido alguna coma o guion indeseable. 

Bien, volvimos a repetir la operación desde el principio, con sumo esmero y sin comas ni guiones ni acentos ni eñes ni nada que pudiera resultarle molesto al quisquilloso formulario de los cojones (con perdón). Resultado: vuelta a la página de inicio y vuelta al funcionario. Como ya no se le ocurría qué decirme, me mandó hablar con su compañero. Le conté lo de mi bucle infinito y me contestó que el registro era obligatorio y que sin él no podría conseguir cita. Con muy buenos modales, le volví a explicar el problema, aunque ya estaba empezando a perder la fe y a sospechar que lo del bucle infinito iba más allá de la logística informática. El funcionario me espetó que cientos de personas pasaban por el Ferrero a diario con su hoja de registro debidamente rellenada e impresa, prueba irrefutable de que la página funcionaba divinamente y de que la inútil era yo. Me sugirió que fuese al cíber de la esquina para intentarlo de nuevo. Y ahí se cierra el bucle.

Juro que en ese momento pensé en irme a casa y sacarme un billete de ida simple para Bangkok. Es bonito soñar. En su lugar, me sumé a la cola de las víctimas de Auschwitz. Para hacer tiempo y sosegar mi espíritu, me puse a charlar con un joven tanzano, recién llegado a la India para cursar la carrera de farmacia (curioso). No lleva ni un par de meses en el país y ya ha llegado a dos conclusiones importantes, a saber: 1) que aquí todos quieren sacarte el dinero y 2) que la vida en este país es realmente estresante. Tomo nota de Tanzania como posible destino en caso de que la India no me renueve el visado y España no me ofrezca trabajo.

Por fin me llega el turno. Me siento en un minúsculo cubículo con todos mis papeles desparramados sobre el teclado y cientos de ojos clavados en mi pantalla. Con la agilidad y destreza adquiridas por la práctica, logro rellenar todos los datos en un tiempo récord de diez minutos escasos (conviene saber que la página caduca a los treinta minutos). Le doy a enviar y... redoblar de tambores... magia potagia... abracadabra, pata de cabra... ¡¡¡EUREKA!!! ¡He completado satisfactoriamente la primera prueba de mi extensión de visado! ¡Qué sorpresa!

Le doy a imprimir y me dirijo al contador, no sin antes desearle suerte a mi sucesor en la fila. La chica del cíber me saca rápidamente la cuenta: 150 rupias. ¿Por diez minutos de Internet y dos hojas impresas? Para los que no estén familiarizados con las tarifas indias, esto no debería de haberme costado más de 20 rupias. Venga, 50 tirando al atraco. 

De esta experiencia, hemos aprendido lo siguiente:

1. Que los del cíber nazi tienen el monopolio de los formularios del Ferrero y que, por lo tanto, se están haciendo de oro.

2. Que los del cíber nazi deben de tener muy buenos amigos (si no parientes) en el Ferrero.

3. Que los del Ferrero deben de estar sacando una buena tajada en este negocio, a costa de todos los tanzanos, españoles y demás foráneos que, de lunes a viernes, pasan por sus oficinas en un flujo constante. 

Mi aventura no termina aquí. El viernes que viene vuelvo a vérmelas con los funcionarios del crimen organizado. Y es que su página web solo me ha dado dos opciones para mi cita: el próximo viernes, 22 de junio (fecha en que caduca mi visado) o el lunes 25. 

Así que el viernes sabremos si me quedo en la India o me largo. También sabremos si me clavan multa por pedir la extensión en el último momento. Por si las moscas, iré cargada con todos los documentos habidos y por haber: los exigidos en la página oficial y los exigidos en el impreso del Ferrero, incluidas dos (o cuatro) fotos recientes de pasaporte, sobre fondo blanco, en las que se vean claramente mis orejas de monito.

Continuará.

3 comentarios:

Lissie Pereira dijo...

Gracias, Isabel, por contar aquí tu "aventura" siempre es bueno aprender sobre estas vicisitudes, aúnque en este caso no veo salida posible más que aceptar lo inaceptable :(

Isabel dijo...

Gracias Lissie: es lo bueno de vivir en la India, que te curte la paciencia. Por narices ;)

*Anaí* dijo...

A ver... déjame ver... ¿echo de menos la India? Eh... ¡¡NOOO!! :P

Al menos no el Ferrero, aunque no creas que se me había olvidado, no. Me parece curiosa esta nueva manera de rallar, como si lo anterior no nos fuera suficiente.

Mucho ánimo, corazón. Sabes que si te repatrían estamos aquí con los brazos abiertos y la playa preparada :P